Han pasado siete años desde que me colegié y empecé a ejercer la Abogacía. Volvía de una de las mejores experiencias de mi vida en Canadá y con 24 años ya estaba firmando mi primer contrato laboral como abogada en Barcelona. Mi primer trabajo. Mis inicios.

De esos inicios destaco una cosa, la ilusión.

 

Como cualquier joven abogado que empieza una aventura desconocida, tenía mucho miedo. Miedo a no hacer bien mi trabajo. Miedo a meter la pata con algún cliente. Miedo a no entender o no saber ejecutar un encargo. Miedo a decepcionar al despacho. Pero por encima de todos esos miedos, tenía algo vital: ILUSIÓN. La ilusión que se necesita para emprender algo nuevo y construir una identidad personal que deje huella.

En poco tiempo (yo diría que en muy poco tiempo) me adapté a mi nueva vida. A las ocho en pie y a las nueve en la oficina. Gran parte de mi jornada laboral me la pasaba entretenida delante de expedientes. Toneladas de papel. En esa época todavía no se llevaba lo de “digitalizar documentos”. Pronto empecé a acompañar a los socios del despacho a reuniones, viajes y juicios. Cada cosa que aprendía del equipo era un master. Cada día que pasaba, una oportunidad más de seguir creciendo. Para mí, esto, era todo un éxito.

Y como cualquier profesional que se encuentra a gusto con lo que hace, deseé que mi situación no cambiara nunca; que se mantuviera siempre así. Y al desearlo, pasó. Y cuando pasó, comprendí que había dejado de crecer y aprender. Que me había estancado y que había perdido un poco la ilusión de los inicios.

Sólo habían pasado tres años desde que firmé mi primer contrato. Y la rutina ya se había encargado de apagar mi ilusión.

En el sector legal es especialmente difícil mantener viva la ilusión de los inicios, porque el día a día se acaba convirtiendo en una rutina agotadora. La presión es altísima, la competencia estresante y el trabajo y tiempo dedicado no siempre son reconocidos.

 

En mis primeros años, no sólo aprendí a ejercer la profesión sino también a tomar decisiones, a no conformarme, a reinventarme y a seguir llenándome de experiencias suficientemente excitantes como para reactivar la ilusión que se necesita para estar vivo en un sector tan tradicional y complejo como es el legal.

Y ahora que vuelvo al pasado contigo para recordar mis inicios. Me doy cuenta de que sí, era una joven abogada con miedos, bastante inexperta, a veces torpe e insegura, pero felizmente ilusionada. Y si algo tengo claro hoy (siete años después) es que pienso seguir divirtiéndome con lo que hago. Porque he entendido que si en los primeros años de ejercicio (período en que muchos abandonan la profesión) no renuncias a tus sueños y no olvidas los motivos que te llevaron a estudiar Derecho, ya nada ni nadie puede con tu ilusión.

 

Donna Alcalá

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